viernes, 10 de abril de 2020

Los incuestionables

En el CRONISTA

El temor a lo desconocido nos despierta emociones complejas que transcurren de forma silenciosa por cada una de nuestras mentes, al no saber para dónde vamos y que podemos hacer ante los complejos vientos que soplan y debemos afrontar como nación en estos tiempos.

Toma relevancia en nuestras reflexiones cotidianas, la duda de que somos, seremos y fuimos, al final son simples intentos fallidos por aceptar resignadamente la incapacidad de no poder controlar la furia de nuestra madre tierra.

Ahora es la misma que nos pone la cuenta por partida doble, al mostrarnos la profunda crisis civilizatoria de nuestra época.
Los días transcurren en medio del pánico de tener que aprender a ser pacientes, al interior de un sistema que nos acostumbró a la idea e imaginario de ser eficientes, productivos y competitivos, pues de ello depende el éxito de la vida en esta existencia.

Aunque, lo peor es reconocer que la fuerza humana es débil/limitada, la cual no tiene la capacidad de afrontar los grandes fenómenos que presenciamos en nuestro caótico y esperanzador siglo XXI, que se enfrenta a la cólera de la pobreza, miseria y violencia o la posibilidad de asumir las transformaciones/luchas por otros mundos posibles y necesarios desde abajo.

En estos momentos difíciles que vivimos como país, es donde ponemos a prueba la inteligencia, disciplina, obediencia y solidaridad humana como una alternativa sensata para hacerle frente a la crisis de hambre, miseria y paz espiritual que nos trae consigo la pandemia.

Tal vez, en estos momentos toma sentido reconocer que la voz, promesas y acciones de los líderes, políticos y gobernadores de nuestras tierras, son una simple muestra de palabras y discursos disfrazados de buenas intenciones en medio de la necesidad, la sed y hambre que viven nuestras comunidades, las cuales resisten por sobrevivir al interior de una nación construida desde los intereses privados de los de arriba, que han forjado un proyecto fallido e inconcluso de la guerra, el control de las mafias sobre los territorios y la corrupción de los bienes/recursos en todos los niveles y estratos sociales.

Que se podría esperar, si en medio de la crisis social y humanitaria que vivimos producto del coronavirus. No existe el descaro de esos los incuestionables, que no paran ni un segundo en su insaciable tarea de seguir robando y concretando sus prácticas politiqueras.

Por el contrario, logramos ver situaciones normales en nuestro escenario político: local, regional y nacional, es decir, sobrecostos en los alimentos, acuerdos y contratos privados para las mismas familias y grupos mafiosos, la entrega de los mercados, ayudas y programas sociales paupérrimos a personas que no lo necesitan, dejando a otras al filo de la miseria.

Parte de esta compleja realidad es la que vivimos como sociedad colombiana, al saber que ni para esta época de cuarentena o aislamiento por la vida, esa clase tradicional política toma algún receso para dejar de estar robando y jugando con la dignidad de las personas.

Pareciera, que la violencia no cesara y tampoco se fuera de cuarentena, cuando vemos como aumentan los enfrentamientos armados en las regiones, se endurece el despojo contra los pueblos indígenas en sus territorios, asimismo, sigue con fuerza el asesinato sistemático contra los líderes sociales de nuestro país.

Resulta ser ahora, que los estragos entre la vida y la muerte que trae el coronavirus, sean los seres humanos los únicos que sufren, al saber que se debaten entre ser la peor plaga o creación que ha dado Dios y el pluriverso en este mundo.

Ñapa: nos sumamos desde nuestros espacios, al mensaje de reflexión por la paz que ha pronunciado el obispo/pastor, monseñor Juan Carlos Barreto de la diócesis de Quibdó – Chocó. No, podemos aceptar ninguna forma de violencia directa contra nuestras comunidades indígenas, afros, campesinas y populares en sus territorios, teniendo en cuenta los tiempos de histeria y miedo generalizado que vive la nación.

Coletazo: nos solidarizamos con nuestro amigo/periodista Daniel Coronell, ante la forma infame de su destitución por parte de la Revista Semana, a través de un simple mensaje de WhatsApp. No se puede aceptar, ni tolerar ninguna forma de exclusión, silenciamiento y persecución contra el pensamiento crítico desde el ejercicio ético-político al servicio de las luchas sociales. Por esa razón “cancelo mi suscripción” de dicha casa periodística.

A la sombra del pánico


EL CRONISTA

Nos cuesta entender porque un virus que no fue creado por nosotros, sea tan profundo e invada de forma prolongada nuestros territorios, el cual nos lleva a vivir situaciones tan difíciles y complejas en un país que no tiene horizonte ni caminos marcados, pues sus gobernantes y élites parecieran sentenciarlo a un proyecto de la guerra, la acumulación de poderes y la corrupción en todas sus dimensiones. Aunque, es complejo pedirle a un gobierno, que no sabe llevar los rumbos de una nación, logre tomar decisiones sensatas y acertadas en medio del miedo, la histeria y el pánico generalizado que consume la sociedad.

Es inaudito aceptar la irresponsabilidad de unos cuantos que no asumen con la mayor seriedad los daños colaterales por cada contagiado en estos momentos. Ni justificar la incapacidad de las instituciones y sus gobernantes, pues no saben cómo planificar alguna salida o alternativa, en caso de que el brote se generalice e invada los diversos rincones de nuestras calles, toque a las familias y afecte de forma directa los intereses de los de arriba.

Tal vez es el instante necesario para entender el daño profundo que le hemos hecho a nuestra madre naturaleza con la desbocada racionalidad económica, la avaricia y el deseo negativo por el dinero, el poder y la soberbia de mandar sin obedecer las luchas de los de abajo, ha sido parte del legado de las élites de imponer una voluntad sesgada de violencia cueste lo que cueste. Ahora, podríamos reconocer y aprender de la sabiduría popular de nuestros pueblos indígenas que apelan por el respeto, la vida, el buen vivir y la armonía en los territorios, y es allí cuando toma conciencia el valor del agua, la tierra y equilibrio espiritual de nuestra madre tierra, en vez de privilegiar la sed estúpida por los miles de acciones en las bolsas de valores, el desenfrenado vicio del oro y la fiebre por el poder politiquero de unos cuantos.

En tan solo unos días la paciencia ha sido consumida por la soberbia de sentirse inútiles en aquellos que gozan de un hogar, pues la precariedad de saber que se agotan los alimentos no tiene vuelta atrás sin dejar a un lado que podrían venir días más difíciles. Es normal cuando el sistema de los de arriba, ha configurado las formas de pensar, sentir y actuar bajo los imperativos de la competitividad, la riqueza y la eficacia/eficiencia entre el deseo de ser y la incapacidad de no lograr serlo. Es un momento crucial en donde dependemos tanto del otro, si de esa voluntad humana de quedarse en casa y seguir las recomendaciones de los que saben, y así lograr controlar los niveles de contagio, pues apelamos a la solidaridad y capacidad de servicio/ayuda para sobrellevar estos tiempos turbulentos.

Situaciones como estas nos muestran luces para entender la adormecida e indiferente conciencia que tenemos como país, sociedad y comunidad. Es ahí cuando nos cuesta aceptar que la incapacidad, necesidad o irresponsabilidad del otro, es posiblemente la debacle de nosotros. Es la sombra de nuestro pánico, ese que motiva a los de arriba y se les hace fácil buscar establecer formas de teletrabajo en donde lo virtual, lo no–asistido y lo reacondicionado es el camino en medio de la parálisis y el aislamiento social que vivimos.

Pero aquí en un país caracterizado por el sub-desarrollo, la violencia, el poder de las mafias y la politiquería auspiciada por la corrupción, es más fácil generar pobreza y olvidar el dolor ajeno de los más necesitados. Pues nos cuesta aceptar que, en medio de la pandemia, muchas personas tengan o quieran salir a ganarse la vida en el rebusque. Sin embargo, pareciera que, a nuestros gobernantes, les puede la sensibilidad humana y ética de servir en medio de las necesidades y tomar decisiones que marcaran una posible resistencia humana o una bomba social que de seguro silenciaria la vida de muchos de nuestros seres queridos en las próximas semanas.

Mañosos


No es novedoso que presenciemos en cada gobierno de turno las mismas noticias, fotos, audios y grabaciones sobre sus nexos con las redes de narcotráfico, el paramilitarismo, las bandas criminales, los carteles mafiosos y los clanes de abajo y arriba que han impuesto una cultural política de la miseria, la compra de votos y la corrupción en todos los niveles. Lo que vive el “presidente” Duque, no es nuevo, si hacemos un breve recordatorio de como se han forjado las élites en el poder político en búsqueda de imponer el proyecto de la violencia y la empresa de la guerra o silenciar las voces que apuestan por construir la paz desde abajo.

Históricamente las élites de izquierda y derecha en todos los niveles desde lo nacional hasta lo local, han sido permisibles en lograr acuerdos y formas de negociación con los grupos, clanes y sectores dedicados actividades como el narcotráfico, la compra de votos, la contratación y la manipulación de los recursos públicos, todo en función de sus intereses privados y clientelares de la política. Pero que se podría esperar, si los de arriban usan, manipulan y juegan con la necesidad y dignidad de los más marginados de nuestra sociedad, sí de esos colombianos, que se disputan entre sobrevivir o llevar el pan de cada día a sus familias.

Precisamente, es el momento que vive el infame gobierno del “presidente” Duque, el cual pasará a la historia como otro mandatario que ha jugado a la misma lógica de la clase política tradicional. Pero es normal es un país que pareciera acostumbrase a premiar a sus bandidos o hacerles reverencia por lo poco o mucho que hagan en medio de las necesidades que son cada vez más profundas, y es allí cuando toma fuerza el descaro de perdonarles sus mañas y darles fuerza a sus mismas prácticas politiqueras que han usado para manipular el poder al servicio de sus intereses personales.

Ahora las mañas de los de arriba no tienen ningún tipo de descaro. De ser victimarios pasan a ser víctimas, y por supuesto han sido utilizados inconscientemente por el narcotráfico, no tienen ningún tipo de relación con esos grupos de mafiosos, paramilitares y narcotraficantes del momento, sin desconocer que es imposible aceptar que desde afuera se den órdenes y directrices de como gobernar el país. Es lamentable, saber que el gobierno de Duque, le saca el cuerpo a los informes de la ONU y procede con la práctica irresponsables de promover expulsar la oficina del país, o el discurso de la ministra que iguala la vida de un líder social con los números de personas muertas por robo de celulares, sin dejar a un lado, el desmentir las rumbas, los encuentros y las fotos entre esas clases “dignas” y familias “pudientes” de las regiones, aunque no sabe de dónde vienen y porque aparecen estas imágenes a la luz pública.

Sin embargo, nos cuesta reconocer la credibilidad de los comicios con que fue elegido el presidente de turno o situaciones inaceptables como la financiación del narcotráfico, el apoyo del paramilitarismo a las campañas políticas, el proceso 8000, la ñeñe-política y la yidis-política. Sin dejar menospreciar, los carteles y carruseles de la contratación, el silencio cómplice frente a las mafias de Odebrecht, Coviandes, Panamá Papers, Invercolsa, Bonos Carrasquilla, Ser “pillo” paga, Grupo Aval y Agro Ingreso Seguro (AIS) entre otras. Talvez sea el momento para que logremos entender, que el proyecto fallido de la guerra impuesto por los de arriba, no es el camino y busquemos transitar hacia la posibilidad de desenmascarar la violencia e intentemos vivir en paz en nuestros territorios.

Ñapa: la misma jugada de siempre y caen los más desinformados y paranoicos de nuestros tiempos. Pero que se podría esperar de las mafias: crear pánico usando el panorama mundial, ante la presencia real del coronavirus en Colombia, mientras, por un lado, la ñeñe para-política, las rumbas mafiosas, el narcotráfico en los territorios y el asesinato sistemático de los líderes sociales sigue pie arriba. Es lamentable como el “presidente” de los colombianos se convierte en un símbolo de vergüenza, pena ajena y desfachatez mundial.

De insomnios y angustias



"La necesidad de dormir andaba en mi cabeza, sentía que no podía dar más y que posiblemente moriría en el intento de seguir, tenía solo una opción si dar un paso o retirarme de la fila que estaba en la maraña.
El miedo y la angustia me arropaban, no sabía si continuar el camino o alejarme de la tropa, no supe que hacer sólo sentí que el agua tapaba mis oídos y de repente dejé este mundo y las luces se me fueron”. Es el pequeño relato de un joven excombatiente, el cual me hizo saber su sueño de volver al campo, trabajar e intentar recuperar y compartir el tiempo junto a su familia, aunque en su rostro se vislumbra una sonrisa que intenta hacerle peso a una infancia postergada por la maldita violencia de nuestro país.En ese instante, surge la necesidad de cuestionarse si la sociedad colombiana merece una paz imperfecta o se deben seguir los caminos de una guerra ajena, ¿qué se podría esperar?, dado que las élites y las familias que se han dividido el poder desde arriba, no tienen en concreto un proyecto de Nación que nos permita la construcción de otra realidad en medio de la violencia, la pobreza y el abandono estatal tan profundo que viven las regiones del país.La juventud no es ajena a este panorama, son ellos unos de los principales afectados cuando la amplia brecha de desigualdad los afecta de forma profunda, y las secuelas de la guerra derrumba sus sueños, es allí que toma fuerza esa incapacidad de orientarlos por un rumbo que sirva como insumo para la reconstrucción de un proyecto de vida, el cual está mediado por la falta de oportunidades, la violencia estatal, la discriminación o indiferencia ante su rebeldía y la necesidad personal por sobrevivir en medio de los avatares propios de sus familias.Tal vez, las instituciones cooptadas por las mafias y atornilladas por los grupos tradicionales y politiqueros, les cuesta entender o ignoran en todo caso, que no se pueden comparar las condiciones de existencia de aquel joven nacido en Pizarro – Chocó, o en su defecto, del proveniente de las altas urbes del Nogal en Bogotá, aunque con el paso del tiempo deben ingresar a esa carrera voraz y miserable de competir y encontrar algún espacio para intentar “vivir” dignamente en medio de una sociedad carcomida por la sed de justicia e inundada por la desigualdad en los territorios.Es parte del insomnio que vivimos en Colombia, si nos debatimos entre seguir dándole fuerza a los criminales de la política tradicional, es decir, a esos que por más de medio siglo se han enriquecido a costilla de la necesidad, la precariedad y la insensatez de algunos que no tienen un sentido solidario de lo público, o si seguimos con la angustia de afrontar los cambios e intentar mirar con esperanza los nuevos aires que brotan en medio de la violencia sistémica que nos arrebata la ilusión de transitar hacia los caminos de paz que tanto necesitan las familias colombianas.Ñapa: las llamadas disidencias de las Farc, siguen tomando fuerza en el sur del Tolima, ahora suenan los rumores que buscan controlar y atemorizar el territorio de la comunidad indígena Nasa Wes’x, vamos a ver si los gobiernos local, departamental y nacional toman cartas en el asunto o ignoran las denuncias y propuestas de los lideres étnicos de esta región.JOSÉ JAVIER CAPERA FIGUEROA


La indiferencia ante nuestros males


Jue, 27/02/2020 - 06:05
A gran parte de la humanidad le duele ver morir a sus seres queridos, pareciera que las lágrimas se consumieran el alma y sólo quedará un espacio para sentir por un segundo la profunda impotencia humana ante la incapacidad de no lograr hacer algo frente a un suceso de esta naturaleza.

Alguno les aqueja la indiferencia de premiar o castigar a los bandidos cada cuatro años, de esos que prometen cambiar las cosas: en su momento caminan las calles y juegan con la necesidad del habitante de abajo, aquel que se disputa la esperanza entre recibir el mercado, el tamal y bulto de cemento o hacerle burla a la estupidez del politiquero.

La historia de los de arriba, nos ha mostrado por décadas que los cambios pensados desde los poderosos no suele ser las mejores propuestas para los de abajo, aunque las élites de derecha e izquierda en Colombia, reflejan parte de la falta de comunicación y unión por un proyecto de nación. Sin embargo, qué se puede esperar de una izquierda que carece de una práctica ética al momento de unirse como sociedad, y una derecha que sólo piensa y actúa hacia dentro, dejando a un lado las causas justas, necesarias y sinceras que requiere la gente.

Pero que se puede esperar, si la política colombiana ha sido hecha para cumplir con los intereses personales de esos grupos mafiosos, privados y mercachifles de la misma, dichos sectores que han permeado: la cultura, necesidad y pensamiento de promover las causas personales para enriquecerse, pasando por encima de la vocación de servicio en todo momento y circunstancia de la vida. Aunque, hacer política, pareciera una carrera entre la ambición por el poder mafioso, corrupto y politiquero, y conseguir llenarse los bolsillos a costa de la miseria del otro, es decir, se convierten en los vividores de nuestros tiempos.

Contemplamos con angustia el cambio climático y la irreconciliable relación entre la humanidad y la naturaleza, aunque algunos niegan dicha situación. Lo mismo sucede en Colombia, cuando ponemos en duda la existencia del conflicto armado, la incapacidad de los gobernantes y el poder de influencia de las mafias que tanto daño le hacen a nuestra cultura política cotidiana. Nos sorteamos entre el clamor de paz o el llamado a la violencia, y es ahí cuando el desprecio por las causas justas y nobles chocan con los intereses estúpidos y personales de algunos cuantos de la política nacional, la sociedad ya no requiere situarse entre el uribismo o el petrismo, nos han demostrado que su forma de liderazgo está basada en la división profunda y no en una cultura de la paz, la reconciliación y la superación del pasado para avanzar hacia el presente.

Todavía nos cuesta entender que la indiferencia ante nuestros males, no significa darle la espalda a la realidad y las situaciones cotidianas, sino ponerle el pecho a los embates que nos une como colectivo, comunidad o sociedad, significa la capacidad de dialogar y buscar caminos desde nuestra propia condición, es decir, superar el imaginario del chisme sin fundamentación, la difamación, el rencor, el personalismo y lograr motivar el consenso en medio del respeto hacia el otro desde su propia naturaleza. Tal vez, podríamos entender que nos une más la paz como una necesidad nuestra, que la guerra como un negocio de otros.

Ñapa: La improvisación del gobierno del “presidente” Duque, al enviar una tropa de colombianos bajo al discurso de la “ayuda humanitaria” a Wuhan – China no es una paranoia del momento, tal vez él no logra dimensionar la problemática en su complejidad, ojalá no resulte que la epidemia del Coronavirus se riegue por todo el país, imagínense los primeros contagiados en Buenaventura o la Guajira, sin dejar a un lado, el colapso del virus en nuestro precario, indolente e inhumano sistema de salud pública.
JOSÉ JAVIER CAPERA FIGUEROA


La maleza de los de arriba


La historia oficial de los de arriba se ha caracterizado por enseñar el desprecio sobre el justo y premiar al bandido, pareciera una maldición que viven aquellos que diariamente se oponen a la violencia, la pobreza y la corrupción en los diferentes espacios de la vida social.

Parte de esta situación, sucede en los distintos escenarios de nuestros tiempos: la politiquería en las universidades e instituciones públicas –privadas, las mafias en los círculos laborales/políticos y los carteles que operan de forma criminal vulnerando a los de abajo.

Duramente más de un siglo, Colombia sigue siendo víctima de sus élites de izquierda – derecha, aquellas que no lograron forjar un proyecto de Nación y de reconocimiento de lo nuestro, lo que hubiera permitido cimentar las bases de un Estado que tuviera las mínimas condiciones frente a las necesidades materiales, inmateriales y espirituales de las comunidades en sus territorios. Precisamente, es nuestra maleza: la corrupción, la politiquería, la violencia y esas mafias que han logrado apoderarse de los espacios comunitarios, los empleos estatales y los contratos privados que se convirtieron en la feria del pueblo, quien gane la alcaldía divide el pastel conforme a los intereses de los de arriba.

Pareciera natural, que en nuestro país sus ciudadanos no hicieran nada contra la corrupción y las mafias, por el contrario, las premiaran cada vez que llegan las elecciones y permitieran la reproducción de un sistema criminal basado en los intereses privados que se aprovechan de la necesidad, la precariedad y la miseria humana de los de abajo. Alguna vez un “líder” político me confeso: “no se vota por el mejor, sino por él que va a dar más puestos, contratos y mermelada”.

Esa es la maleza colombiana, aquella forma de hacer las cosas sin pensar en las consecuencias de las mismas. Es la muestra de premiar a los corruptos, los mafiosos, los vividores y mentirosos de la politiquería nacional, regional y local, que se podría esperar de un país que condena a sus ciudadanos a sobrevivir en medio de la violencia, la falta de oportunidades reales y la cultura de la corrupción como una forma de liderazgo político.

Es de sabios reconocer que el respeto se gana y se demuestra, tal vez guardemos la esperanza remota en esta generación que lucha, sueña y es rebelde, aunque convive en un panorama de antaño, pero hecho más viral por las comunicaciones: el bombardeo de las drogas, el sexismo desenfrenado, la promiscuidad de pensamientos, la carencia de un proyecto de vida y la calentura por sobrevivir en medio una sociedad que no tiene un horizonte definido. Así pues, podríamos reconocer que parte de las soluciones no vienen desde de arriba sino de abajo, de esos hombres y mujeres de a pie, pujantes y trabajadores, que hacen respetar su dignidad en medio de la necesidad por sobrevivir.

Ñapa: El indebido uso del avión presidencial y los paseos domingueros por Panaca, no tienen reversa, pues es el reflejo de la mentalidad de la clase política tradicional del país, qué se podría esperar de un “presidente” que no sabe de dónde viene y para donde lleva a una sociedad sumida en aires de violencias y con sed por la paz.
JOSÉ JAVIER CAPERA FIGUEROA

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