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El largo trayecto que se debe transitar para llegar al sur del Tolima, es la muestra más concreta de su inmensidad, si existiera una palabra que lograra describir los caminos que indígenas, afros, mujeres y campesinos han construido en esta región a lo largo de su historia, de seguro sería la “grandeza” de la misma.
Un territorio lleno de paisajes, aromas y sabores que nos permite deleitar la profunda riqueza cultural, social, natural, que brotan de sus montañas y se subsumen en medio de la paradójica realidad de corrupción, pobreza, abandono estatal y falta de inversión en sus tierras, una de las grandes contradicciones que las élites liberales/conservadoras dejaron y que con el paso del tiempo sigue tomado mayor fuerza producto de la clase política tradicional.
La lucha política del siglo XIX y XX que se generó en el Sur del Tolima fue uno de los factores más centrales que detonó las primeras olas de violencia local. La fuerte disputa por el poder, la centralización de los bienes y las prácticas politiqueras de la mano de la lógica de, "el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, podrían considerarse como elementos fundamentales para lograr asimilar la complejidad de pensar la paz, sin olvidar nuestro pasado violento.
En efecto, el pasado “vivo” con que carga la región del Sur no es el mejor de los posibles, al ser considerada “la cuna de la violencia o tierra de guerrilleros” hecho que no se podría soslayar, lo que si es necesario resaltar es el momento actual que se vive en función de construir la paz desde adentro. Tal experiencia la podemos encontrar en cientos de voces de campesinos, minorías étnicas (indígenas, afros), líderes sociales y mujeres que al interior de sus familias asumen de forma positiva los avances tardíos del proceso de paz.
Partamos de reconocer que zonas como Ataco, Chaparral, Coyaima, Natagaima, Ortega, Planadas, Rioblanco, Roncesvalles hasta San Antonio, se han caracterizado por sufrir de forma contundente las secuelas del conflicto armado en todas sus dimensiones. A su vez, el peso histórico (negativo) que se carga, producto de la lógica bipartidista (liberales/conservadores) de aquel entonces, contribuye a comprender la fragmentación de las comunidades que habitan en la región, pero al mismo tiempo, la esperanza de construir un territorio de paz y armonía en esta nueva época que tanto merece la tierra de macondo.
No obstante, la mentalidad por superar las secuelas del conflicto armado, la estigmatización política y el imaginario que gran parte de la idiosincrasia colombiana posee sobre el sur del Tolima, es la apuesta más concreta que los habitantes de estos pueblos consideran de gran importancia: empezar a tejer de forma comunitaria. Tal como lo expresan las voces de algunos líderes sociales: “queremos la paz con justicia social”..., “ni un paso atrás por la paz”... , “estamos felices con la paz pero necesitamos más conciencia para la misma”..., hacen parte de ciertos testimonios que se logran apreciar en el diario vivir de las familias en los campos.
En últimas, estos momentos de gran incertidumbre política que vive Colombia, nos invitan a pensar en las alternativas desde las regiones o pueblos que sufrieron de forma contúndete el conflicto armado. Sería un aporte estratégico para seguir reflexionado sobre las necesidades de los territorios y NO continuar cometiendo los errores del momento. Por ejemplo: el Programa de Desarrollo Territorial que establece los municipios que recibirán inversión social, apoyos económicos para proyectos y el respaldo de forma más constante en materia de desarrollo rural, comunitario y organizativo de cara al postconflicto. Sin embargo, en el Tolima sólo reconocieron a Ataco, Chaparral, Planadas y Rioblanco, es decir, menos de la mitad de las zonas que son víctimas y victimarios del conflicto, una muestra más de las contradicciones de nuestra época por construir la paz desde las regiones.
Post-scriptum:
1) la “nueva historia” de la Universidad del Tolima es cada vez más paradójica, qué se le puede pedir a un grupo de evaluadores/consultores que no saben para donde llevar el alma mater, si la cuestión es de dinero apague y vámonos. La universidad no tiene la capacidad de extenderse hacia otras zonas, si no ha podido consolidar un proyecto académico interno con qué cara va a lograr hacerlo en otras partes del territorio nacional.
El largo trayecto que se debe transitar para llegar al sur del Tolima, es la muestra más concreta de su inmensidad, si existiera una palabra que lograra describir los caminos que indígenas, afros, mujeres y campesinos han construido en esta región a lo largo de su historia, de seguro sería la “grandeza” de la misma.
Un territorio lleno de paisajes, aromas y sabores que nos permite deleitar la profunda riqueza cultural, social, natural, que brotan de sus montañas y se subsumen en medio de la paradójica realidad de corrupción, pobreza, abandono estatal y falta de inversión en sus tierras, una de las grandes contradicciones que las élites liberales/conservadoras dejaron y que con el paso del tiempo sigue tomado mayor fuerza producto de la clase política tradicional.
La lucha política del siglo XIX y XX que se generó en el Sur del Tolima fue uno de los factores más centrales que detonó las primeras olas de violencia local. La fuerte disputa por el poder, la centralización de los bienes y las prácticas politiqueras de la mano de la lógica de, "el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, podrían considerarse como elementos fundamentales para lograr asimilar la complejidad de pensar la paz, sin olvidar nuestro pasado violento.
En efecto, el pasado “vivo” con que carga la región del Sur no es el mejor de los posibles, al ser considerada “la cuna de la violencia o tierra de guerrilleros” hecho que no se podría soslayar, lo que si es necesario resaltar es el momento actual que se vive en función de construir la paz desde adentro. Tal experiencia la podemos encontrar en cientos de voces de campesinos, minorías étnicas (indígenas, afros), líderes sociales y mujeres que al interior de sus familias asumen de forma positiva los avances tardíos del proceso de paz.
Partamos de reconocer que zonas como Ataco, Chaparral, Coyaima, Natagaima, Ortega, Planadas, Rioblanco, Roncesvalles hasta San Antonio, se han caracterizado por sufrir de forma contundente las secuelas del conflicto armado en todas sus dimensiones. A su vez, el peso histórico (negativo) que se carga, producto de la lógica bipartidista (liberales/conservadores) de aquel entonces, contribuye a comprender la fragmentación de las comunidades que habitan en la región, pero al mismo tiempo, la esperanza de construir un territorio de paz y armonía en esta nueva época que tanto merece la tierra de macondo.
No obstante, la mentalidad por superar las secuelas del conflicto armado, la estigmatización política y el imaginario que gran parte de la idiosincrasia colombiana posee sobre el sur del Tolima, es la apuesta más concreta que los habitantes de estos pueblos consideran de gran importancia: empezar a tejer de forma comunitaria. Tal como lo expresan las voces de algunos líderes sociales: “queremos la paz con justicia social”..., “ni un paso atrás por la paz”... , “estamos felices con la paz pero necesitamos más conciencia para la misma”..., hacen parte de ciertos testimonios que se logran apreciar en el diario vivir de las familias en los campos.
En últimas, estos momentos de gran incertidumbre política que vive Colombia, nos invitan a pensar en las alternativas desde las regiones o pueblos que sufrieron de forma contúndete el conflicto armado. Sería un aporte estratégico para seguir reflexionado sobre las necesidades de los territorios y NO continuar cometiendo los errores del momento. Por ejemplo: el Programa de Desarrollo Territorial que establece los municipios que recibirán inversión social, apoyos económicos para proyectos y el respaldo de forma más constante en materia de desarrollo rural, comunitario y organizativo de cara al postconflicto. Sin embargo, en el Tolima sólo reconocieron a Ataco, Chaparral, Planadas y Rioblanco, es decir, menos de la mitad de las zonas que son víctimas y victimarios del conflicto, una muestra más de las contradicciones de nuestra época por construir la paz desde las regiones.
Post-scriptum:
1) la “nueva historia” de la Universidad del Tolima es cada vez más paradójica, qué se le puede pedir a un grupo de evaluadores/consultores que no saben para donde llevar el alma mater, si la cuestión es de dinero apague y vámonos. La universidad no tiene la capacidad de extenderse hacia otras zonas, si no ha podido consolidar un proyecto académico interno con qué cara va a lograr hacerlo en otras partes del territorio nacional.
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