TEXTO EN QUÉ MUNDO
Por José Javier Capera Figueroa (Rebelión)
Existen muchas opiniones sobre los movimientos sociales y su condición de antagonismo, unos consideran que poseen una mirada crítica sobre los partidos políticos, las instituciones públicas y los sindicatos. La concepción de lo político que ejercen los movimientos sobre las estructuras rígidas y las formas modernas de hacer la política, se convierte en la muestra de que el espíritu de los movimientos sociales debe transgredir toda lógica de descrédito político. Un ejemplo concreto lo menciona el Maestro Enrique Dussel cuando señala que la “representación de los partidos políticos y las ONG extranjeras son el reflejo de tener el dominio sobre los mismos, dicho dominio se refleja si tales movimientos sociales se articularan con algún partido, y llegan al punto de una asfixia estructural”. Véase: http://www.jornada.unam.mx/2016/03/12/opinion/014a1pol
En efecto, las dinámicas que emergen en el discurso y la praxis de la realidad social, han mostrado que el capital llega a un punto de trascendencia, y todo aquello que toca lo hace mercancía y funcional al servicio de los intereses de pequeños grupos políticos, gremios, sectores opulentos que responden al poder de gobierno del Estado en un determinado territorio.
Otra mirada que se refleja es el aire progresista que asumen los “nuevos” partidos políticos que en el fondo han querido disfrazarse de movimientos sociales, y no es para más la lógica mercantil de los partidos políticos se ha basado en cooptar los sindicatos, organizaciones civiles, sectores académicos, universidades entre otros, buscando re-producir una lógica tradicional de la política. Parte de la crisis se refleja en el fenómeno aleatorio de hacer que todo adquiera un valor de uso, y llevar a un segundo plano los problemas como la violencia, la pobreza, el narcotráfico, el racismo y el sexismo, fenómenos auténticos de estos tiempos.
El fuerte giro que se ha desencaminado en los movimientos sociales es la representación de que el poder del capital puede sobrepasar cualquier criterio o distinción política, económica y social. La involución se convierte en uno de los procesos de la sociedad global; acá se muestra que ciertos movimientos sociales han perdido su horizonte y han guiado sus pasos por la senda de un ejercicio delegado de poder a sectores sociales producto de la institucionalidad política.
Uno de los elementos que debe realizarse para que no siga reproduciéndose la mercantilización de los movimientos, considera Dussel, es “intentar que los movimientos sociales no pierdan los requerimientos del pueblo, y logren un ejercicio delegado del poder”, llegando al punto de que el pueblo es la única base del poder y cualquier autoridad debe delegar su función al servicio del mismo.
La acción que origina los movimientos sociales hace parte de la alteridad política, el asunto consiste en que el movimiento social no debe articularse con algún partido político por razones de subsistir. Por el contrario debe buscar ser autónomo y ganarse la legitimidad a través de su propuesta y praxis política en el escenario público, ya no es cuestión de fetichizar la política sino de convertirla en la base para servir al oprimido y la sociedad precaria en medio de la crisis civilizatoria.
La apuesta por una alteridad política es la iniciativa de construir diálogos, traducir los lenguajes populares en acciones cotidianas y luchar en función de un sentido común; lo común no implica un discurso simple, sino la razón de superar los vacíos y vicisitudes que cada sociedad tiene en su contexto contemporáneo.
En definitiva, la alteridad política es una lógica que busca superar el proyecto hegemónico, el lenguaje colonial y las prácticas racistas que se generan al interior de una cultura eurocéntrica, la cual se ha caracterizado por hacer de la política un ejercicio funcional a los partidos políticos y la forma de representación institucional que debe superar el poder de la burocracia y apropiarse del servicio a los más oprimidos y necesitados de estas tierras.
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