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La ansiedad de un sueño y la constante lucha por lograrlo es parte de la compleja travesía de vivirlo en carne propia. Se viven momentos de angustia, sufrimiento y dolor, pero al final la plenitud de llegar a la meta se convierte en uno de los momentos más sublimes de la vida. Que más se le puede pedir a un equipo como el Deportes Tolima que en medio de las adversidades internas, el débil financiamiento y la poca inversión en su plantilla demuestra que es posible vencer a los grandes, es decir, pasar por encima de cualquier Goliat no es un cuento, es una realidad.
Las historias de vida que conforman el respectivo cuerpo técnico, jugadores y asistentes del actual campeón del fútbol colombiano son el reflejo de la entrega en cuerpo y alma por un sueño, la disciplina cotidiana por acercarse al mismo pero en especial la lucha por superar las dificultades, limitantes y problemas que aparecen en el transcurso por concretar dicha meta. Ahora lo podemos comprobar el triunfo del Deportes Tolima no es el reflejo de una mera cultura del fútbol, es la muestra de la unión, la humildad y la tenacidad de cada integrante, todo enmarcado en un diálogo intercultural dentro y fuera de las canchas.
De esta manera, el triunfo conseguido, producto de la lucha y el sacrificio personal, es el reflejo de la mística que caracteriza un sueño en cualquier sentido. La resistencia de jugadores como Danovis Banguero que llegando al final del partido logró desplegar un cabezazo que se convirtió en la pieza para llegar a la definición por penales, y a partir de allí se selló con un 4-2 el éxito del equipo Pijao.
La fe en todos los sentidos fue la clave que motivo a los jugadores, declaraciones como “Hoy solo fue una cuestión de fe”, “Teníamos la fe de que acá podíamos dar vuelta” demuestran un ambiente de energía en un plantel sin tantos apellidos o jugadores de renombre, siendo una razón fundamental que conllevó a que el Tolima se consolidara como el campeón de la Liga Águila 2018- I.
El juego de un Álvaro Montero en el arco dio seguridad en medio de su juventud, la defensa estratégica de Fainer Torijano que no dio cabo suelto en el área. El juego fresco de Rafael Robayo silenció las críticas por su edad y demostró la sabiduría en el campo. El constante ataque por parte de Yohandry Orozco impulsó la necesidad de ir por el triunfo. La tenacidad de un Sebastián Villa que se atrevió, arriesgó y enfrentó con múltiples jugadas a la defensa del Nacional que terminó por enloquecerla. La obstinación de un Ángelo Rodríguez que en medio de su lesión quiso dar más y terminó siendo un factor de unión en los momentos adversos del torneo.
Sin dejar a un lado, el diseño mesurado pero efectivo de Alberto Gamero, un técnico que tiene la capacidad de unir, fortalecer y explotar el talento de los equipos humildes, dicha razón le ha permitido enfrentarse con los grandes y volver cierta la reflexión bíblica que David le puede ganar a Goliat en cualquier momento de la historia. Tal como lo reflejan sus palabras: “Es una hazaña, hoy lo que hicimos fue grande. Santa Marta goza lo que vivimos aquí, a Dios gracias lo hicimos, estos manes son unos guerreros, venir aquí a hacer lo que hicieron es grande”.
En últimas, el Deportes Tolima logró el triunfo de la liga Águila. Sigue la tarea de la Selección Colombia en el mundial y la responsabilidad más importante en estos momentos: ir a las urnas, votar y demostrar que la defensa de la vida, el territorio, la paz y el vivir dignamente no es una cuestión meramente política es un acto humano y sentípensante. Tenemos la responsabilidad de superar las secuelas del conflicto armado, la corrupción endémica en las instituciones, el poder banal de las mafias y la narcopolítica apoderada del gobierno, sin dejar a un lado el insensato imaginario de prolongar un proyecto de nación basado en la explotación, la violencia y el exterminio del otro, tal como ha sido impuesto por los grupos hegemónicos y legitimados por algunos sectores subalternos en la tierra de Macondo.
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